Entre acantilados Hoy he escapado de la vorágine de la gran ciudad, buscando el equilibrio perdido, he vuelto a mi refugio, a mi oasis de paz, para encontrarme a mi mismo. De nuevo siento el placer de respirar y saborear la brisa del mar, de sentirme de nuevo adormecido al atardecer, acunado por el suave y musical rumor de las olas, siento como mis párpados se van cerrando, como me invade el sueño hasta perder la conciencia envolviendo mi ser entre nubes de algodón. El estridente graznar de las gaviotas y demás aves marinas, me devuelven a la realidad de un nuevo día lleno de esperanzas, me dispongo a dar un paseo por el grandioso acantilado que encierra este hermoso pueblecito marinero. Desde lo alto del acantilado, sentado sobre las rocas siento el más bello espectáculo de la naturaleza, una gran masa de agua forma ese majestuoso mar verde-azul, que se pierde a lo lejos en interminable horizonte. Contemplando este bellísimo paisaje marino, me doy cuenta de lo insignificante que soy en comparación con la naturaleza, este pensamiento rompe dentro de mi todo asomo de soberbia, me hace más humilde, más humano… Cierro los ojos deleitándome del momento, hacia mucho tiempo que no venia por aquí, desde donde es fácil imaginar y oír el ronco llanto de las olas, batiendo con implacable dureza las rocas del acantilado, dejando tras ellas un hermoso rastro de inmaculada espuma blanca. Hoy me he dado cuenta… Cuando muera quiero ser enterrado junto al mar.    © R. Santamaría